viernes, 16 de marzo de 2012

Lealtad en libertad, dentro del noviazgo.


        En este día, presentare dos elementos que sin duda alguna en nuestras relaciones personales y de noviazgo, siempre han de estar presentes, para que nuestra vida valla creciendo y cada día seamos personas cada vez mas plenas.

El noviazgo tiene unos límites que no existen en el matrimonio y que no se deben traspasar. Y esto es lógico porque el matrimonio es indisoluble y el noviazgo no. El noviazgo es la preparación y debe estar regido más por la cabeza que por el corazón. La decisiones deben estar tomadas con la cabeza. Cualquier extralimitación en el noviazgo, paradójicamente, se convierte en límite, en una especie de losa que después pesa sobre la libertad, y en consecuencia puede comprometer el acierto de futuras y graves decisiones.

En definitiva, aquí, como en todo, el dominio de la pasión impide el dominio de la razón, y hace muy difícil, si no imposible, hacer lo que realmente conviene en cada momento. Incluso me parece que durante el noviazgo la creación de ciertos lazos o vínculos -como tener cuentas corrientes conjuntas, comprar cosas entre ambos, etcétera- es innecesario, más aún, puede estorbar, porque crea una situación artificial que merma la libertad que sí es necesaria durante ese período.

Cabría entonces preguntarnos aquí, ¿esa libertad necesaria quiere decir que cada uno es libre de salir con el novio o novia, y también él con otras chicas y ella con otros chicos?

La respuesta más acertada es decir, que durante el noviazgo pueden surgir serias y razonables dudas sobre la conveniencia de continuarlo o de cortarlo. Y puede llegar un momento en que la lealtad exija plantear una crisis para no comprometer el futuro de ambos, que no debe edificarse sobre la inestabilidad. Cuando las expectativas, esperanzas, ilusiones no son compartidas o generan dudas fundadas, serias, sobre la estabilidad de la futura convivencia, hay que cortar. Porque si no, se crearía una situación artificiosa cada vez más difícil de superar. Los afectos creados y los intereses comunes conducirían o bien al aislamiento, que no es lo natural; o bien a buscar sistemáticamente la compañía de terceros, porque entre ambos ya estaría dicho todo y el encanto del salir solos se desvanecería.

Pero la lealtad obliga, entendido esta palabra no como peso, sino como una espacio de entrega mutua y compartir la vida,  normalmente a los novios a no tratar a terceras personas de tal manera que facilite la dispersión del afecto. Hay una voluntaria atadura, la sujeción libre a unos deberes. José Luis Soria, en un libro muy útil, dice que quizá por eso tenga hoy tan pocas simpatías el noviazgo serio. Y añade que quien vea el deber como una falta de libertad, quien no sepa renunciar a determinadas posibilidades por amor, quien no quiera que nada ni nadie le coarte, quien no se decida a aceptar ese necesario condicionamiento, se descalifica automáticamente hasta para el matrimonio, que implica la definitividad del compromiso provisional y primerizo del noviazgo. Y nos estamos refiriendo no a un compromiso jurídico o formal, sino a un compromiso íntimo, quizá sin ninguna manifestación explícita, pero no por eso carente de fuerza.

San Josemaría Escrivá de Balaguer, nos dice que: "el noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento. Y, como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza" (). Me parece que en estas palabras se puede descubrir el ambiente en el que pueden desarrollarse armónicamente, sin estorbarse, al contrario, tanto la libertad como la lealtad.


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