En
este día, presentare dos elementos que sin duda alguna en nuestras relaciones
personales y de noviazgo, siempre han de estar presentes, para que nuestra vida
valla creciendo y cada día seamos personas cada vez mas plenas.
El noviazgo tiene unos límites que no
existen en el matrimonio y que no se deben traspasar. Y esto es lógico porque
el matrimonio es indisoluble y el noviazgo no. El noviazgo es la preparación y
debe estar regido más por la cabeza que por el corazón. La decisiones deben
estar tomadas con la cabeza. Cualquier extralimitación en el noviazgo,
paradójicamente, se convierte en límite, en una especie de losa que después
pesa sobre la libertad, y en consecuencia puede comprometer el acierto de
futuras y graves decisiones.
En definitiva, aquí, como en todo, el
dominio de la pasión impide el dominio de la razón, y hace muy difícil, si no
imposible, hacer lo que realmente conviene en cada momento. Incluso me parece
que durante el noviazgo la creación de ciertos lazos o vínculos -como tener
cuentas corrientes conjuntas, comprar cosas entre ambos, etcétera- es
innecesario, más aún, puede estorbar, porque crea una situación artificial que
merma la libertad que sí es necesaria durante ese período.
Cabría entonces preguntarnos aquí, ¿esa
libertad necesaria quiere decir que cada uno es libre de salir con el novio o
novia, y también él con otras chicas y ella con otros chicos?
La respuesta más acertada es decir, que
durante el noviazgo pueden surgir serias y razonables dudas sobre la
conveniencia de continuarlo o de cortarlo. Y puede llegar un momento en que la
lealtad exija plantear una crisis para no comprometer el futuro de ambos, que
no debe edificarse sobre la inestabilidad. Cuando las expectativas, esperanzas,
ilusiones no son compartidas o generan dudas fundadas, serias, sobre la
estabilidad de la futura convivencia, hay que cortar. Porque si no, se crearía
una situación artificiosa cada vez más difícil de superar. Los afectos creados
y los intereses comunes conducirían o bien al aislamiento, que no es lo
natural; o bien a buscar sistemáticamente la compañía de terceros, porque entre
ambos ya estaría dicho todo y el encanto del salir solos se desvanecería.
Pero la lealtad obliga, entendido esta
palabra no como peso, sino como una espacio de entrega mutua y compartir la
vida, normalmente a los novios a no
tratar a terceras personas de tal manera que facilite la dispersión del afecto.
Hay una voluntaria atadura, la sujeción libre a unos deberes. José Luis Soria,
en un libro muy útil, dice que quizá por eso tenga hoy tan pocas simpatías el
noviazgo serio. Y añade que quien vea el deber como una falta de libertad,
quien no sepa renunciar a determinadas posibilidades por amor, quien no quiera
que nada ni nadie le coarte, quien no se decida a aceptar ese necesario
condicionamiento, se descalifica automáticamente hasta para el matrimonio, que
implica la definitividad del compromiso provisional y primerizo del noviazgo. Y
nos estamos refiriendo no a un compromiso jurídico o formal, sino a un
compromiso íntimo, quizá sin ninguna manifestación explícita, pero no por eso
carente de fuerza.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, nos
dice que: "el noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en
el conocimiento. Y, como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el
afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto,
de delicadeza" (). Me parece que en estas palabras se puede descubrir el
ambiente en el que pueden desarrollarse armónicamente, sin estorbarse, al
contrario, tanto la libertad como la lealtad.
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