Muy
extendida y criminal es la creencia de algunos en el sentido de que los esposos
no se deben respeto en el matrimonio. Algunos, especialmente hombres, suponen
que todo está permitido durante la relación conyugal y eso es matar el amor,
que siempre debe estar regulado por la razón y subordinado a la caridad, que
nos manda cumplir con todos los mandamientos de la Ley de Dios. San Agustín,
Doctor de la Iglesia, reprende a los cónyuges depravados que intentan frustrar
la descendencia y, al no obtenerlo, no temen destruirla perversamente,
diciéndoles: "En modo alguno son cónyuges si ambos proceden así, y si
fueron así desde el principio no se unieron por el lazo conyugal, sino por
estupro; y si los dos no son así, me atrevo a decir: o ella es en cierto modo
meretriz del marido, o él adúltero de la mujer". Pues bien, si no aprenden
a respetarse desde novios, menos se respetarán en el matrimonio, con las
consecuencias previsibles. Si no lo hacen durante el momento de los grandes
sueños e ideales, no lo harán cuando los devore la rutina. Parafraseando a un
conocido autor, podemos afirmar que: "A noviazgo regular corresponde
matrimonio malo; a noviazgo bueno, matrimonio regular; sólo a noviazgo santo,
corresponde un matrimonio santo".
A
modo de consejo, yo diría que nadie debe casarse, sin haber encontrado en el
otro, al menos, diez defectos. Porque los defectos necesariamente, en razón de
la naturaleza caída, existen. Si no se ven en el noviazgo, no hay verdadero
conocimiento. No es amor el no querer ver los defectos ajenos. Sí el ayudar a
que se superen. Si no se advierten en el noviazgo, aparecerán más tarde, tal
vez cuando sea demasiado tarde para poner remedio. Sería vano y tonto el
pretender que el otro fuese "perfecto". Habría que casarse recién en
el cielo.
Debe
quedar bien en claro que en el amor verdadero no es todo color de rosa. La
realidad es otra. El amor verdadero es crucificado, porque exige el olvido de
sí mismo en bien del otro. Sin cruz no hay amor verdadero. El ejemplo nos lo
dio nuestro único Maestro, Cristo. El noviazgo –y el matrimonio– no consiste en
una adoración mutua, sino en una ascención en común que, como toda ascención,
es dificultosa: "no es el mirarse el uno al otro, sino el mirar juntos en
la misma dirección". Hablábamos de noviazgo santo y esto nos lleva como de
la mano a lo que constituye el peligro más frecuente para los novios. Y donde
resbalan más frecuentemente.
LA FRECUENCIA
EN EL TRATO
Una
de las más funestas costumbres que se han ido imponiendo en el noviazgo, es la
gran frecuencia con que se encuentran. Ello es generalmente nocivo, porque,
muchas veces, hace perder frescura al amor, los somete a la rutina y va matando
la ilusión. En gran parte, se debe a que los hombres nos hemos olvidado del
sentido profundo de los ritos y del sentido profundo de la fiesta.
Sobre
el primero escribe admirablemente Saint-Exupèry: "Hubiese sido mejor venir
a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la
tarde, comenzaré a ser feliz inquieto: ¡descubriré el precio de la felicidad!
Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a que hora preparar mi corazón...
Los ritos son necesarios.
– ¿Qué es un
rito? – dijo el principito.
– Es también
algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que hace que un día sea
diferente de los otros días; una hora, de las otras horas. Entre los cazadores,
por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El
jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los
cazadores no bailaran un día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría
vacaciones".
Respecto
de la fiesta dice también, magistralmente, Hans Wirtz: "El hábito, la
costumbre, es la escarcha del amor. Lo que vemos, oímos y tenemos a diario,
pierde su matiz de inusitado y raro, deleitoso. Al final llegamos a beberlo sin
apreciarlo, sin sentir su sabor, como si fuera agua. Los novios no pueden
cometer mayor error, que el estar juntos con excesiva frecuencia. Cuanto más
escaso, tanto más apreciado. Pensar siempre uno en otro; anhelar continuamente
la presencia del otro, pero... Estar juntos lo menos posible. El encuentro ha
de ser siempre una fiesta". Y no pueden celebrarse fiestas todos los días.
¡Cómo
aburren esos pretendientes de todos los días a todo el resto de la familia!
Muchas veces se pierde la intimidad del hogar: los padres no pueden ver
televisión tranquilos, aumentan los gastos de comida, incluso la novia deja de
arreglarse convenientemente, a veces no terminan sus estudios y, lo que es más
grave, pierden el trato con sus propios amigos. La relación entre los novios
debe ser gradual, paulatina, debe dejar tiempo para el conocimiento mutuo,
maduro y serio. Por eso los novios han de comenzar siendo compañeros, luego
amigos, más tarde pretendientes, y recién cuando se eligen, "filo"
(como se decía antes, del italiano popular filare: galantear, cortejar ). Hasta
aquí no hay ninguna decisión. Más tarde novios, cuando entran en la casa para
"pedir la mano" de la joven, realizándose la mutua promesa de
fidelidad y de matrimonio futuro, una vez conocido el carácter y las dotes
(físicas, psicológicas, morales, culturales y religiosas) del otro, para ver si
se pueden adaptar a su modo de ser. "Pedir la mano" es una hermosa
expresión que significa que el joven varón pretende hacer esposa a determinada
mujer.
Una
palabra para quienes se frecuentan en lugares solitarios y, las más de las
veces, oscuros: enseña la palabra de Dios: "Huye del pecado como de la
serpiente" (Ecl 21,2) a lo que comenta San Isidoro: "Imposible estar
cerca de la serpiente y conservarse largo tiempo sin mordeduras" .
Ciertamente
que "quien ama el peligro, perecerá en él" (Ecl 3,27) ya que la ocasión
hace al ladrón; y si se frecuentan los novios –hablo de los normales– en
lugares solitarios y oscuros, eso es ponerse en ocasión de pecado y como dice
San Bernardo: "¿No es mayor milagro permanecer casto exponiéndose a la
ocasión próxima que resucitar a un muerto? No podéis hacer lo que es menos
(resucitar a un muerto) ¿y queréis que yo crea de vosotros lo que es más?".
Hay que tener bien en claro que en el noviazgo no hay ningún derecho a los
actos carnales, los cuales, consumados o no, son pecado. No así en el
matrimonio.
muy interesante nota pero lo que mas me gusto fue lo del tiempo que se ve ya que si tiene un gran peso e influencia sobre la relacion ya que llega a afectar todas las dimensiones que como seres humanos tenemos
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