viernes, 30 de marzo de 2012

La crisis de la fidelidad


         En esta ocasión compartiré con ustedes uno de los elementos importantes para nuestra vida de pareja que nos puede llevar a ir solidificando, para llegar a una vida duradera si la sabemos establecer de buena forma, el S.J. Eduardo López Azpitarte nos da los elementos necesarios para esta reflexión.

   Hay un primer aspecto que reviste especial importancia. No creo exagerado decir que, en el mercado de nuestros valores culturales, la fidelidad no es de los que se encuentran más cotizados. Las mismas estructuras sociales, que gozaban de una gran estabilidad y favorecían los compromisos definitivos, experimentan una menor credibilidad y firmeza. Más que mantener el orden establecido o el respeto por lo tradicional, se busca lo diferente, lo nuevo, lo inédito. El cambio y la evolución son mucho más apreciados que la estabilidad y permanencia. Un signo de juventud que se resiste a la nostalgia de la vejez por el pasado; La misma economía fomenta el consumismo constante. Las cosas se hacen para que duren poco tiempo y haya que cambiarlas por las nuevas ofertas mejoradas.

            El mismo reconocimiento de nuestro mundo inconsciente despierta en muchos la
sospecha que evita una cierta seguridad para enfrentarse con el futuro. ¿Quién está cierto de las razones por las que se ha comprometido? Y aun en la hipótesis de que fueran auténticas, ¿no sería un orgullo demasiado presuntuoso querer abarcar el tiempo, como si en el ahora ya se pudiera dominar lo que todavía resulta desconocido? La experiencia demuestra cómo muchas ilusiones se resquebrajan cuando la realidad desconocida descubre la falsedad en que se apoyaban. De ahí que hoy se levanten una serie de críticas que van creando un ambiente distinto al de épocas anteriores para muchos la ruptura de un compromiso ya no constituye un abandono o una traición condenable; al contrario, aparece más bien como un gesto de valentía y coraje para romper con todo lo de antes, que ahora se vive como una carga pesada e impuesta; un acto profundo de sinceridad para vivir de acuerdo con las exigencias actuales, al margen de lo que se había prometido en otras circunstancias diferentes; una opción, en último término, por la libertad, que impulsa a superar cualquier tipo de esclavitud, de pasivismo, de inercia, de vulgaridad.

            La persona libre no se deja encadenar por el pasado, como si no quedara otra salida que la resignación fatalista a lo que pudo ser fruto del error, de la ingenuidad, o de una ilusión demasiado exagerada. Como tampoco debe cerrar el futuro a sus múltiples posibilidades inéditas y desconocidas, eliminando para siempre otros caminos de realización, que se presentarán, tal vez, como mejores. Lo único importante sería la fidelidad al momento presente para vivirlo con todo su realismo y plenitud. Cualquier otro compromiso revestirá un carácter alienante, pues estaría motivado por intereses ocultos: narcisismo, miedo a la libertad o sentimientos de culpa.

            A pesar de todo, conviene levantar la voz en defensa de la fidelidad. Las grandes decisiones de la vida nunca jamás se hacen con la pura razón. Queda siempre un margen que sólo es posible superarlo con la fuerza del afecto. No se trata, desde luego, de opciones irracionales, pero tampoco se tomarían si no estuviesen en el fondo las ilusiones del corazón, por aquello de que él también tiene razones, que la cabeza no comprende. Es la conciencia de una vocación personal, que se intuye y seduce como la mejor manera de realizar la propia existencia.




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