domingo, 25 de marzo de 2012

La necesidad de una purificación progresiva


Un apartado mas sobre el tema de la experienciaamorosa, del S.J. Eduardo López Azpitarte, es el referente a la necesidad deuna purificación, en él encontraremos, una descripción de el amor y susefectos, pero también de cómo ir restaurándolo cuando se ha visto afectado dealguna manera.

Lo primero que deberíamos recordar, portanto, es la impureza del amor en sus comienzos. El ser humano nace en unestado de orfandad impresionante, incapaz de valerse por sí mismo para cubrirsus necesidades biológicas y afectivas. Debe sentirse acogido, no sufrir elrechazo de los que le rodean, experimentar el calor y la presencia de un cariñoque haga de su existencia un lugar confortable. La psicología moderna hainsistido mucho en que esta alimentación psíquica y afectiva es mucho másimportante que la meramente biológica. Spitz llama hospitalismo a esa depresióntriste y melancólica que se observa con tanta frecuencia en los internados dehuérfanos, a los que les ha faltado el calor y el clima del hogar  Si el niño comienza a querer a los que lecuidan es únicamente por la gratificación que le producen y por la utilidad quetales personas le comportan. Amar equivale a ser amado.

Los mecanismos de esta primeraexperiencia actúan después con posterioridad. Lo único que sucede es que, amedida que somos mayores, se aprende mucho mejor a encubrir el egoísmo  radical e ingenuo de los pequeños. Es elequívoco tan corriente de que el hecho de amar se confunda con la experienciade sentirse querido, de encontrar en el otro algo que interesa, sirve, llena ogratifica. Hay que reconocer, pues, que el cariño tiene siempre su origen enuna necesidad y carencia. Se empieza a amar para llenar un vacío; se quiereporque hay urgencia de ayuda y protección; se busca el encuentro para colmar lapropia soledad, hasta el punto de que algunos afirman que el enamoramiento essiempre consecuencia de una insatisfacción interior, de una penuria afectivaque se quiere superar, pues nadie se enamora si está satisfecho consigo mismo yseguro de su propio valer.

            Una visión demasiado pesimista y queno compartimos, pero con una base de verdad y realismo. Durante la infancia,cuando no se ha recibido la alimentación afectiva necesaria para satisfacer lascarencias primeras, o se dio con una sobreabundancia que no dejó casi espaciopara las saludables frustraciones, el hambre insatisfecha buscará saciar conlos otros la anemia psicológica o se le hará insoportable cualquier limitaciónposterior. En ambos casos, la relación amorosa se dificulta por lasexperiencias tenidas con anterioridad.
            En este contexto, la persona correpeligro de quedar instrumentalizada en función de las necesidades, de quererlaen tanto en cuanto sirva de provecho, de buscarla por todo lo que ella ofrece,aunque ese egoísmo natural e innato en el corazón de las personas se encubra ydisimule de múltiples maneras. Para estos casos empleamos una palabra mentirosaque oculta otra realidad. A una actitud como ésta, aunque tenga gamas muydiferentes, lo único que le queda de cariño es el nombre con que la designamos.

            Poreso, aunque parezca extraño y contradictorio, un test espléndido para medir laprofundidad y limpieza del cariño es analizar la actitud de despojo frente a lapersona o realidad que se ama. Nunca es posible querer de verdad mientras no seesté dispuesto a prescindir interiormente de ese amor, como signo de que elotro ya no es término de una necesidad, sino sujeto de un deseo. El que quiereporque no puede vivir sin esa experiencia, hará del amado un objeto quegratifica, un alimento que colma y satisface, un alivio que serena y gratifica,pero sin quedar seducido por la dignidad y el atractivo de su persona. Es unatraducción psicológica del radicalismo evangélico por el que sólo se ganacuando se está dispuesto a perder: «El que ama su vida, la pierde» (Jn 12,25).


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